Director: Guillermo del Toro
País: Estados Unidos
Género: Drama psicológico, film noir, tragedia moral
Guillermo del Toro filma el infierno con elegancia.
Cada plano parece pintado sobre barniz y humo: luces de feria, espejos empañados, gabinetes de curiosidades, circo y pecado.
La atmósfera gótica y húmeda recuerda al expresionismo alemán y al cine negro clásico,
pero aquí lo grotesco no es monstruoso: es humano.
Los colores dorados y verdes del inicio se van apagando hasta quedar reducidos a la penumbra del alma.
Nada brilla sin esconder una sombra.
Stan Carlisle, un hombre sin pasado, llega a una feria ambulante buscando trabajo.
Allí aprende los secretos del mentalismo: cómo leer al público, manipular, fingir poderes psíquicos.
Ambicioso, huye con su pareja y crea un número que deslumbra a los ricos, jugando con el dolor de los otros para ascender socialmente.
Pero el engaño crece demasiado: al intentar manipular a una mujer adinerada y su trauma, se enreda en su propia trampa.
Todo se derrumba.
En la última escena, arruinado, Stan acepta un trabajo en un circo,
y el director le dice con una sonrisa amarga: “Solo necesito un tipo temporal, hasta que se convierta en bestia.”
Stan ríe, llora, comprende: esa siempre fue su función.
Stan Carlisle: Bradley Cooper
Dr. Lilith Ritter: Cate Blanchett
Molly Cahill: Rooney Mara
Clem Hoately: Willem Dafoe
Pete y Zeena: David Strathairn, Toni Collette
Hipnótico y envolvente, como un truco de magia prolongado.
La primera mitad es ascenso: luces, promesas, aprendizaje.
La segunda, caída: traición, obsesión, silencio.
Del Toro construye una espiral: la cámara gira, se detiene, y el espectador se da cuenta de que el final estaba contenido desde el principio.
El hombre que juega con la verdad termina devorado por ella.
El callejón de las almas perdidas es una parábola sobre la vanidad del conocimiento sin sabiduría.
Stan cree leer a los demás, pero nunca se mira a sí mismo.
Su castigo no es la muerte, sino el reconocimiento lúcido de lo que es.
El “monstruo” de la feria no es un otro: es el hombre que pierde el alma tratando de dominarla.
Del Toro rehace el clásico de 1947 con su sello inconfundible:
una estética barroca, mitológica, donde la feria es un purgatorio moral.
El film une el cine negro con el cuento gótico,
transformando un relato de estafadores en una tragedia metafísica.
Cate Blanchett, como Lilith, encarna la tentación helada, la mente que seduce al corazón hasta quebrarlo.
Me pareció una película fascinante y cruel.
Su belleza visual es casi dolorosa, como un espejo que no se puede dejar de mirar aunque devuelva la sombra.
Stan es el hombre que confunde éxito con sentido,
y termina siendo exactamente aquello que despreciaba: un truco más del circo del mundo.
El final, con esa risa rota cuando acepta ser “la bestia”, me pareció uno de los momentos más trágicos y poéticos del cine reciente:
el instante en que la máscara ya no se puede quitar porque se ha fundido con el rostro.
Del Toro filma el infierno del alma con compasión y belleza:
no como castigo divino, sino como espejo humano.