Director: Agnès Varda
País: Francia
Género: Drama
La película es de una belleza pictórica deslumbrante: colores vivos, flores, escenas familiares al aire libre, como cuadros de Renoir. La música barroca de Mozart acompaña y refuerza esa atmósfera idílica. Todo parece luminoso, perfecto, lleno de vida… pero con la frialdad de una naturaleza muerta.
François, un joven carpintero, lleva una vida aparentemente perfecta junto a su esposa Thérèse y sus hijos. Sin embargo, inicia una relación con otra mujer, Émilie, sin sentir contradicción ni conflicto. Para él, el amor nuevo no anula el anterior, simplemente lo complementa. Pero cuando Thérèse descubre la infidelidad, sobreviene una tragedia que él asimila con la misma serenidad con que vive su vida cotidiana.
François (Jean-Claude Drouot)
Thérèse (Claire Drouot)
Émilie (Marie-France Boyer)
Narración calma, contemplativa, como una sucesión de postales. El tono ligero y sereno contrasta con la perturbadora indiferencia moral de los personajes.
La película cuestiona la idea de la felicidad y su superficialidad. Bajo una estética luminosa y casi publicitaria, se esconde la deshumanización: los personajes parecen flores bellas pero sin savia, naturalezas muertas. El amor, el deseo y la tragedia se viven sin hondura, sin conflicto real. Varda expone así la contradicción entre apariencia y verdad, entre lo bello y lo vacío.
Una obra audaz y desconcertante, que subvierte las expectativas del espectador al envolver un drama moral en una estética de perfección visual.
Me impresionó profundamente. La música barroca y la pintura de las tomas me recordaron a cuadros de Renoir, pero lo que vi fue pura naturaleza muerta: personajes bellos pero sin vida interior. Esa frialdad y ese contraste entre lo visualmente hermoso y lo emocionalmente vacío me dejaron una sensación extraña y perturbadora.
la felicidad como un ramo de flores bellas, que al acercarse se descubre marchito